miércoles, 17 de diciembre de 2008

Fragmento 1. Conrado, El Palabrero

Conrado mira el montón de palabras que Elena dejó sobre el mostrador. Toma una al azar. Olor fuerte de pitahaya descompuesta. Afuera, el sol de mediodía ilumina la calle. Varios silencios, uno detrás de otro, transitan bajo tanta luz.
Elena cumplió su promesa de traerle las palabras que le molestan al hablar. Conrado cumplirá su promesa de repararlas. Durante la semana las tendrá en su taller. Baños con lejía, serenado con luna, secado al sol, golpecitos aquí y doblez de este lado. Por último, esencia de canela para algunas, de menta para otras y miel para todas.
Los silencios, uno detrás de otro, entran al taller, se detienen junto al mostrador. Conrado los mira y admira la luminosidad de sus ojos, la negrura de sus pestañas. Abre un cajón y saca tres envoltorios. Los mete en la bolsa de papel que el silencio mayor abre con sus delgadas manos. Los silencios salen presurosos y ruidosos a la calle.
“Hoy es sábado, día de cantina, en la noche volverán por más”, pensó Conrado, antes de comenzar a pulir la última de las palabras que le dejó el padre Cosme después de la misa del domingo por la tarde.

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